La historia empieza así

Hace mucho tiempo, cuentan, existía una hermosa hada que reinaba en Faeria, la tierra de las hadas. Su nombre era Ámbar. Tenía un reino honesto, limpio, bello, que convivía con otras criaturas en paz, incluso con el hombre. Pero había algo que amenazaba todo lo que ella había creado con tanta bondad y trabajo. Su enemigo, el malvado mago Lorthion, amo y señor de los dragones. Quería dominar toda la tierra de Agilea, desde los mares del norte hasta los altos bosques y desiertos del sur, y también deseaba tener la tierra de las hadas. Ámbar no podía dejar que esto pasara, así que utilizó su magia más poderosa para detener a Lorthion y sus dragones de que destruyeran todos esos bellos lugares que el hombre había creado. Pero no lo logró hacer, porque Lorthion era igual de poderoso que ella. Sólo alguien más poderoso, un mago, humano, o un elfo lograría destruir tanta magia oscura. Incluso un humano que la ayudara sería suficiente. La profecía decía que un humano llegaría a ayudar a Ámbar, y sería recordado por todos los siglos, una última esperanza para que en Agilea la paz regresara algún día. Esa persona debía conservar su capacidad de soñar. De todos los rincones gente buscó a Ámbar para poder tener esa gloria. Y nadie halló aquel mítico reino de las hadas. Fue cuando dudaron de que existiera. Se olvidaron de Lorthion, su ejército y sus dragones. La gente dejó de creer en hadas, dragones, magos, y todo aquello pensando que no era más que una fantasía. Tal vez el hombre ya no cree, y su búsqueda se ha limitado a lo que puede ver fácilmente cerca de si mismo. Cree que aquellos cuentos que escuchaba de niño no se encuentran más que en la mente de quien los contaba, que al parecer inventó. Se ha perdido en su mundo, ha dejado de soñar. Y Ámbar seguirá esperando por años a que la profecía se cumpla, a alguien que tenga todavía la capacidad de soñar… hasta que un día un extraño ejército invadió las aldeas

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