La exposición de Tamara Kroeger




Conociste a Tamara Kroeger por mí. Sí, la artista surrealista que empezó pintando gatos, después pasó un tiempo diseñando criaturas fantásticas aladas con cuernos, algunas de ellas comisionadas para una película de fantasía que nunca se terminó de filmar. La famosa autora de la escultura enigmática que parece una mezcla entre ángel, minotauro y caracol que se encuentra en alguna ciudad muy lejos, y por eso no es tan conocida aquí. La que después de un periodo de depresión comenzó a pintar criaturas que parecían sacadas de un sueño – pesadilla, con rostros siniestros, y que incluso una de sus obras se hizo viral hace poco en una “creepypasta” donde se alegaba que era un animal que aparecía antes de catástrofes  y la habían visto en varias ciudades a lo largo del planeta. Pero yo sabía que no, sólo era una criatura procedente de la imaginación de aquella mujer que vivió hasta los 88 años.

Conseguí un libro de arte suyo en oferta, en una librería de productos usados, una tarde en la que estaba lloviendo. Mucho después te conocí, te envié fotos de sus obras, y te sorprendió cómo no la conociste antes, ya que te gustaban varios pintores y escultores con estilo similar. Te presté mi libro, esperabas que te dejara conservarlo, pero en realidad porque era (y sigue siendo) un gran tesoro para mí por el recuerdo de haberlo encontrado aquella tarde.

Me intrigaba por qué nadie más parecía conocerla en este país. Intenté contactar gente que sí, para comentar sus obras, o ver si algún día habría una exposición aquí con algunas, pero las más recientes habían sido en el extranjero y hace algunos años. Meses después de que perdí las esperanzas fue cuando empezabas a desaparecerte todos los viernes a las 6. A veces te llamaba o enviaba mensaje, pero no parecías recibirlo hasta después de las 8 y media. Pero entiendo que tenías cosas que hacer. Sólo que nunca me contabas de tu misteriosa actividad de los viernes. Lo peor es que yo también estaba libre siempre a esa hora, y pensaba ver si algún día podíamos hacer algo o salir en ese rato. Un jueves me armé de valor y te invité en jueves a salir, para que fuera el viernes.
“No puedo”, me dijiste.
“¿Por qué?”
“Es que tengo un compromiso los viernes”
“¿algún tipo de trabajo o así?”
“No, es algo a lo que voy por gusto”
“O sea, ¿algún tipo de clases?
“Más o menos”
“¿de qué?”
“Es que todos los viernes a la 6 hay una visita guiada en el museo”
Patrañas, pensé.

“¿y todos los viernes escuchas la misma visita guiada?”
“Quisiera aprendérmela. Trajeron una exposición de Tamara Kroeger”

No sabía si llamarle traición a esto, o qué demonios. La artista que nadie conocía, que yo te mostré, y tú yendo por más de un mes a una exposición suya, sin siquiera comentarme y mucho menos invitarme. Lo más enigmático ¿por qué yo no había visto publicidad ni nada que mostrara que estaba esa exposición en mi ciudad?  Pero ya, te dejé en paz, si no querías invitarme era por algo.

Un par de veces te vi llegar a la casa con una bolsa llena de postales. Me mostraste una, era impresionante, una criatura estilo ajolote pero con ojos de dragón, y alas que parecían  hechas de púas gigantescas. Yo no conocía esa pintura. Días después vi cómo seguías coleccionando postales, incluso un libro, y hasta figurillas de cerámica que reproducían sus famosas criaturas surrealistas, especialmente una de mis favoritas, la de aquel ser que parecía una mezcla entre cuchara y mantarraya. Te pregunté cómo las conseguías, me dijiste que las estaban vendiendo, pero a ti te las regalaron en unas rifas que hacían todos los viernes, y la mayoría las ganabas tú. Me intrigaba cada vez más cómo es que estuvieras yendo tanto a la exposición, y además yo no podía ir por mi cuenta ya que no encontraba anuncios al respecto por ningún lado.  Un día me desesperé y te pregunté que por qué ibas tanto y que una vez incluso habías tardado más, y me contaste que el guía misteriosamente no llegaba, así que tú empezaste a dar la visita guiada. Y que no era la primera vez, ya habías mostrado más entusiasmo incluso que el mismo guía en dar la introducción. Hubo otra vez que diste la visita completa, y que hasta te dieron dinero, que usaste para comprar otra estatuilla, más grande que las que ya te habían dado.

Entonces te pregunté por qué ibas. Dijiste que en realidad no era que te apasionara tanto el ir a escuchar la misma visita, sino que en parte también porque era un juego que te levantaba un poco el ego, el parecer experta en una artista surrealista que hace un año no conocías, pero que no considerabas algo tan emocionante el estar haciendo eso todos los viernes a las 6 No me mostrabas fotos ni nada respecto a la exposición tampoco porque era justo eso, un juego para simular que asumías el rol de intelectual amante del arte surrealista. Y que en realidad ni  entiendes bien por qué sigues yendo, la exposición está mal curada, hay piezas que a veces faltan, cédulas que no coinciden con las obras, que algunas cosas valen la pena pero que ni tanto.  Entonces te pedí que me invitaras, mínimo para escuchar tu sapiencia sobre esa artista que habías conocido por mí, y que posiblemente incluso ya conocías mejor que yo. Dijiste que lo pensarías. Y me informaste en qué museo era.

Entonces, tomando el asunto en mis manos, un día quise aparecer inesperadamente en la visita. Quizás no te gustaría eso, pero no sé si porque me intrigaba más ver la exposición, entender por qué tanto enigma, o simplemente comprender por qué no me invitabas a pesar de que sabías que a mí me encantaría. Al llegar al museo, me doy cuenta que está cerrado. Entonces espero por un par de horas, cuando sales me envías un mensaje diciendo:

“Perdón, dije el museo mal. No era ese, era el de enfrente. Pero bueno, ni te molestes en venir, justo hoy fue la clausura. Hasta regalaron vino. Pero ya terminó”


Comentarios

Entradas populares