El dolor de un imposible

Era de noche y ella lo visitaba.

–No deberías estar aquí.
–Pero estoy
–Mírate, no has cambiado nada.
– Tú tampoco.
– Tú sabes que sí he cambiado. Mucho, hasta lo que no se puede distinguir.
– Pero siempre serás tú.
– ¿y tú? ¿cómo lograste venir?
– Fue difícil hallar el camino, sin embargo, eso no importa, he venido desde muy lejos, solamente para verte.
– ¿Por qué no has venido más seguido?
– Eso depende de tí.
– Mira, esto no está bien. Sabemos tú y yo que es contra las reglas. Tú no deberías estar aquí. Sabes que si te fueras en este momento, sentiría que muero lenta y dolorosamente, sin embargo...
– ¿y aún así piensas que no está bien?
– Sí, porque desearé que jamás te vayas, y el dolor será tan insoportable que desearía que jamás hubieras venido.
– El dolor también depende de tí.
– Es el dolor de un imposible, tú no sabes ya qué es, lo has olvidado.
– No, porque también habría olvidado cómo llegar aquí.
– Entonces, llévame contigo.
– No puedo, aunque lo intentara, y ya me tengo que ir.

Y él maldijo por primera vez en su vida que hubiera luz. Un enorme haz blanco cayó sobre todo lo que pudiera verse y logró que ella se perdiera, como si se convirtiera en polvo, en aire, en nada. O también puede verse así: él abrió los ojos, y ella en realidad no estaba. Nunca estuvo ahí. Cuatro años atrás, en aquel accidente, ella dejó de existir.

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